diumenge, 10 de novembre del 2013

IDEALISTES SOTA LES BALES

Quan de petita em demanaven allò tan típic de "què vols ser quan siguis gran?" a diferència de les altres nenes que acostumaven a dir "perruquera" , "infermera" o "secretària", jo, en principi, volia ser corresponsal de guerra. De ben segur que no sabia el què volia dir, per començar perquè "la guerra" era per mi una paraula amb escàs significat, si de cas es referia a les aventures dels tebeos o el cinema, on sempre es debatien entre els "bons" i "els dolents" i, és clar, jo sempre em comptava en el bàndol dels bons sense saber ni remotament a què es referia, però que sempre eren "guapos" i valents i se'n sortien de tota mena d'entrebancs.

Si algun cop tot de passada, a casa es feia algun comentari de la guerra, mai no acabava d'esbrinar res, però per alguna estranya raó em semblava que ser corresponsal havia de ser quelcom divertit. És clar que havia una altra professió, més raonable, que em temptava i era ser mestra, que és el què finalment vaig acabar estudiant i exercint.

Amb els anys vaig anar descobrint el què en realitat podia significar aquesta feina, tant de risc com de compromís: en el moment que escric això ens han arribat noves notícies de periodistes assassinats i/o presoners en diferents conflictes armats.

En Paul Preston, ens relata l'agitada vida dels periodistes que van cobrir la guerra civil espanyola i ho fa recollint les diferències en el tracte entre els dos bàndols, així com la seva significació i compromís durant i després de la guerra. 

A diferència de l'actualitat en què fins i tot ens retransmeten les incursions bèl·liques en directe com si d'una pel·lícula o un videojoc es tractés, les comunicacions amb els respectius diaris eren complicades i difícils. Només els era premés fer-les des de les respectives oficines de premsa a les hores que tenien convingudes i després de passar per una més o menys rigorosa censura, segons en quin bàndol desenvolupaven la seva tasca.

La capital del mundo: los corresponsales en el asedio a Madrid

Cuando sus soldados [de Franco] entraron en Toledo el 27 de septiembre, a los corresponsales de guerra que iban con ellos se les impidió presenciar la sangrienta matanza provocada por los legionarios y los “regulares indígenas” marroquíes. No tomaron ningún prisionero. Los cadáveres quedaron espercidos por las angostas calles y formaron riachuelos de sangre. Webb Miller, de United Press, dijo al embajador de Estados Unidos que había visto cadáveres de milicianos decapitados. Cuatro días después, los demás generales de Franco le recompensaban nombrándole Caudillo y jefe del Ejército y el estado rebeldes. 
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El aparato de prensa de la República facilitaba más que impedía el trabajo de los corresponsales. La oficina de prensa de Madrid formaba parte del Ministerio de estado, y se estableció unos días después del golpe militar en el edificio de trece plantas de la Telefónica. 
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En general, los corresponsales que estaban en la zona nacional sabían que solamente los representantes de publicaciones alemanas, italianas y poruguesas podían esperar un trato privilegiado. A cambio, estos periodistas escribían el tipo de artículos que complacían a los rebeldes, plagados de alabanzas sobre el heroísmo nacional y relatos horribles acerca de las atrocidades “rojas”. 

Jay Allen

Entre las muchas crónicas importantes que escribió antes y después del golpe militar de julio de 1936,  fue el autor de tres de los artículos más relevantes y más citados que produjo la guerra, junto con los reportajes de Mario Neves sobre la masacre de Badajoz y la crónica de George Steer sobre el bombardeo de Guernica. 
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Cuando terminó la Guerra Civil, Jay Allen trabajó febrilmente para obtener ayuda para los centenares de miles de refugiados que habían cruzado a pie las montañas con el objetivo de llegar a Francia y concienciar de la amenaza que se cernía sobre los vencidos a manos de los victoriosos franquistas. 

 Louis Fischer

Fischer creía que la guerra en España era crucial para la paz mundial y las libertades democráticas: “Simpatizaba tanto con la causa republicana que pensé que no bastaba con limitarse a aescribir sobre el tema. Quería hacer algo más palpable, así que me alisté en las Brigadas Internacionales”. Se unió a estas tras abandonar Madrid el 7 de noviembre, y más tarde escribiría al respecto: “Estoy tan orgulloso de eso como de cualquier otra cosa que haya hecho en mi vida. Una nación se desangraba. Se instalban ametralladoras sobre la torre de marfil. Escribir no era suficiente”.


Como enviado especial de The Times y acompañante de las fuerzas republicanas en Bilbao, George Steer, que había presenciado el horror de los bombardeos en abisinia, describió los sucedido en Durango como “el bombardeo sobre una población civil más atroz de la historia hasta el 31 de marzo de 1937.

Puede que Henry Buckler no escribiese ninguna de las crónicas de guerra más famosas, como el relato de la matanza de Badajoz de Jay Allen o la descripción de Guernica de George Steer. Sin embargo, además de las sobrias noticias enviadas durante toda la guerra y de la ayuda dispensada en abundancia a colegas menos experimentados, aportó algunos de les documentos más imperecederos de la República y la Guerra Civil española un testimonio monumental de su labor como corresponsal. 

Herbert Southworth, que en otro tiempo había formado parte del grupo pro-rrepublicano que ejercía presión en Estados Unidos en favor de la República Española, haría más por la causa antifranquista que cualquiera de sus amigos más famosos. Mucho después de que los demás cayeran en el olvido, él dejó sentir su presencia hasta el punto de ser calificado de enemigo público número uno del régimen de Franco. 

Gracias en buena medida a los corresponsales, millones de personas que sabían poco sobre España acabaron por sentir en sus corazones que la lucha por la supervivencia de la República española era de algún modo su propia lucha.

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